El poder de la empatía

Entendemos la empatía como la parte de la inteligencia interpersonal que se refiere a la habilidad cognitiva de una persona para comprender el universo emocional de otra. Su principal implicación en nuestra vida como seres humanos reside en permitirnos crear y fortalecer lazos emocionales con las personas que nos rodean. Por lo tanto, podemos definir la empatía como la base de la intimidad y la conexión más cercana con los otros.

No obstante, esta no es sólo el motor de la cercanía que nos empuja a tratar de comprender a los demás, sino que también sirve como “castigo” cuando actuamos mal, haciéndonos conscientes del dolor que podemos estar causando. A pesar de la extendida creencia social de que la empatía es intuitiva, lo cierto es que esta se trata más de una reacción visceral que de una función del pensamiento. Es por ello que, además de las emociones, en este proceso intervienen otros aspectos como las funciones de control ejecutivo e incluso el mimetismo. De manera inconsciente nuestro cerebro hace que si hablamos con alguien que frunce el ceño, a medida que avanza la conversación, nosotros también terminemos por fruncir el ceño.

Cuando presenciamos lo que le está aconteciendo a otra persona, no sólo se activa en nuestro cerebro la corteza visual (encargada de procesar la información captada por los ojos), sino que otras áreas como las relacionadas con nuestras propias acciones, también entran en acción. Junto a ellas, las zonas encargadas de las emociones y sensaciones también son estimuladas. Nuestro cerebro interpreta lo que le está sucediendo a la otra persona como si el mismo hecho nos estuviera afectando directamente a nosotros mismos. De este modo, al presenciar el dolor ajeno, lo trasladamos a nuestra mente e intentamos darle un sentido en nuestras propias redes neuronales, a partir de nuestras experiencias.

De todos modos, por muy empáticos que seamos, a pesar de que nuestro cerebro imita las respuestas que vemos en los demás, este es capaz de mantener la división entre el dolor propio y el ajeno. De no ser así, los seres humanos no seríamos capaces de conectarnos emocionalmente para intentar entendernos y ayudarnos los unos a los otros: sólo conseguiríamos vivir angustiados, eliminando todo ápice de capacidad adaptativa que nos proporciona la empatía en nuestro desarrollo como seres sociales.

Escuchar y comprender los sentimientos de los demás, saber qué necesitan las personas en los momentos debilidad, así como tener la capacidad de expresarse con las palabras o los gestos adecuados, nos permiten adaptarnos a las sociedades en las que, cada vez más, lo importante reside en la capacidad de comprender el sufrimiento de los que nos rodean.

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