Memorizar para existir

Almacenar procedimientos, habilidades o destrezas motoras o cognitivas, entre otras cosas, son las habilidades dirigidas por la memoria procedimental, y que nos permiten a las personas interactuar con nuestro entorno. Hablamos de ella como memoria a largo plazo inconsciente, implicada en nuestra capacidad de desenvolvernos como seres vivos en relación con las habilidades motoras. Una vez aprendemos a subirnos en una bicicleta sin caernos, es nuestra memoria procedimental la que se encarga de que desarrollemos esa habilidad en toda su plenitud.


En mayor medida, el desarrollo de este tipo de memoria tiene lugar durante la infancia, y se modifica continuamente por las experiencias y prácticas diarias a lo largo de la vida. Requiere de un entrenamiento que permita que las habilidades que aprendemos se vayan automatizando, como, por ejemplo, caminar o escribir. En fases más avanzadas, es decir, cuando ya somos adultos, la práctica nos lleva a un perfeccionamiento de las destrezas motoras o cognitivas, haciendo que seamos capaces de hablar de manera fluida o caminar sin tropezarnos continuamente.

La memoria procedimental se encuentra dividida en dos subtipos. La primera de ellas consiste en la adquisición de hábitos y destrezas (cocinar, tocar el piano, etc). Desde el sistema estriado del cerebro se desarrollan los repertorios conductuales cuya finalidad es conseguir un objetivo, bien sea hacer una deliciosa tarta de manzana o aprenderse la “Quinta sinfonía”.

El otro tipo de memoria procedimental consiste en un mecanismo más simple que realiza los ajustes corporales necesarios, mediante el cerebelo, para que podamos ejecutar movimientos finos y precisos, además de reflejos condicionados.

A nivel cerebral, cuando aprendemos un hábito se produce la activación de los ganglios basales. Estos ganglios poseen múltiples conexiones con el resto del cerebro, y de ese modo permiten el intercambio de información entre las áreas cerebrales inferiores y superiores. Dentro de ellos, es el núcleo estriado el que recibe la información procedente de la corteza cerebral con la finalidad de procesarla para lograr la adquisición de hábitos.

Cuando de bebés empezamos a curiosear, es el sistema estriado asociativo el que se activa. Pasa lo mismo cuando, ya de mayores, empezamos con las prácticas del carné de conducir. Por otra parte, en etapas más tardías del aprendizaje, cuando los hábitos ya están integrados en nuestro cerebro, el estriado asociativo disminuye su actividad y el sistema estriado sensoriomotor cobra el protagonismo. Este último es el que se activa cuando la habilidad ya está adquirida y es automática. Pero eso no es todo, sino que se ha demostrado que cuando una tarea está muy bien aprendida y automatizada, ya no es necesaria la participación del estriado sensoriomotor. En ese caso, son las áreas motoras y premotoras de la corteza cerebral las que entran en acción.

Todo el proceso de adquisición de hábitos está basado en un aspecto que ya hemos mencionado en numerosas entradas de este blog: la plasticidad cerebral. La atención, que hace que nos focalicemos en la información que queremos preservar, refuerza las conexiones neuronales para que las experiencias queden fijadas en nuestra mente. Es decir, si estamos motivados para aprender a tocar un instrumento, los conceptos y los movimientos quedarán mejor grabados en la memoria que si no lo estamos.

Del mismo modo, aspectos como el sueño nos ayudan a consolidar la memoria procedimental. Fijamos nuestra memoria instrumental tras periodos de descanso entre entrenamientos motores. Por eso, la próxima vez que te llamen perezoso por dormir la siesta después de haber estado preparando un trabajo para clase, podrás alegar que lo que estás haciendo es fijar conceptos en tu cabeza.

URL imagen niño en bicicleta

URL imagen cocina

URL imagen sinapsis

Comentarios