Nuestro diablillo interno
Durante nuestra infancia aprendemos una gran cantidad de
conceptos que llevaremos siempre con nosotros. Normalmente siempre hablamos de
ellos con una connotación positiva, pero hoy lo miraremos desde otra
perspectiva, una que quizá no nos guste tanto.
Por naturaleza, los seres humanos somos egoístas, posesivos
y cabezones, es nuestra manera de ser. Quizá esto nos ayudase si viviésemos en
la selva y tuviésemos que competir por el alimento con otros depredadores, pero
no nos va a favorecer en nada a la hora de trabajar en una oficina de atención
al cliente. La vida en sociedad nos
ayuda a corregir estos defectos que se nos pueden pasar por alto mientras somos
pequeños, pero que al crecer nos darían serios problemas. Al estar rodeados de
gente aprendemos a socializar, a aceptar las ideas de los demás, a compartir…
La centralización también es otro “problema” durante el
inicio de nuestra infancia. Los niños pequeños tienden a fijar la atención en
un solo aspecto del estímulo, ignorando el resto de características, lo que
explica que les resulte difícil relacionar conceptos. Por ejemplo, podríamos
enseñarle a un niño de 4 años dos vasos iguales con la misma cantidad de agua y
luego vaciar uno de ellos en un vaso de tubo. Al preguntarle: “¿Qué vaso tiene
más agua?” él nos responderá que el más alto. Esto es porque obviará que antes
el agua estaba en un vaso idéntico al otro y se centrará en la altura del nuevo
vaso.
Por último, entre los 3 y 4 años también destaca nuestra rigidez de pensamiento. Durante nuestra infancia no tenemos en cuenta la reversibilidad, es decir, no somos capaces de deshacer mentalmente acciones que hemos presenciado. Entonces basamos nuestros juicios en lo que percibimos y no en la realidad, como en el ejemplo de los vasos. Como uno es más alto que el otro nos da la impresión de que tiene más agua. Pero esto con el tiempo va cambiando y comenzamos a considerar las acciones pasadas para catalogar las presentes.
Las limitaciones del pensamiento preoperacional se terminan en la etapa operacional, de los 7 a los 11 años, cuando ya empezamos a comprender mejor la realidad tal y como es.



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