Nuestro diablillo interno

Durante nuestra infancia aprendemos una gran cantidad de conceptos que llevaremos siempre con nosotros. Normalmente siempre hablamos de ellos con una connotación positiva, pero hoy lo miraremos desde otra perspectiva, una que quizá no nos guste tanto.

Por naturaleza, los seres humanos somos egoístas, posesivos y cabezones, es nuestra manera de ser. Quizá esto nos ayudase si viviésemos en la selva y tuviésemos que competir por el alimento con otros depredadores, pero no nos va a favorecer en nada a la hora de trabajar en una oficina de atención al cliente.  La vida en sociedad nos ayuda a corregir estos defectos que se nos pueden pasar por alto mientras somos pequeños, pero que al crecer nos darían serios problemas. Al estar rodeados de gente aprendemos a socializar, a aceptar las ideas de los demás, a compartir…

El egocentrismo es una de las características que comentábamos, que todavía no hemos aprendido a controlar durante la etapa preoperacional, de la que hablamos en el anterior post ( https://neuronewsusc.blogspot.com/2020/11/imagina-ser-un-nino-de-4-anos.html ). Este consiste en la tendencia a percibir, entender e interpretar el mundo a partir del “yo”. Podremos entenderlo muy bien si alguna vez nos hemos fijado en una conversación entre preescolares. Son incapaces de adoptar el punto de vista del otro y hacen pocos esfuerzos por entenderse. Parecen realizar “monólogos colectivos”, que consisten en conversaciones en las que los comentarios de cada uno no guardan relación con los de los otros. Sin embargo, entre los 4 y 5 años comenzamos a mostrar interés para comunicarnos con los demás, ajustando nuestra perspectiva a la de los oyentes.

La centralización también es otro “problema” durante el inicio de nuestra infancia. Los niños pequeños tienden a fijar la atención en un solo aspecto del estímulo, ignorando el resto de características, lo que explica que les resulte difícil relacionar conceptos. Por ejemplo, podríamos enseñarle a un niño de 4 años dos vasos iguales con la misma cantidad de agua y luego vaciar uno de ellos en un vaso de tubo. Al preguntarle: “¿Qué vaso tiene más agua?” él nos responderá que el más alto. Esto es porque obviará que antes el agua estaba en un vaso idéntico al otro y se centrará en la altura del nuevo vaso.

Por último, entre los 3 y 4 años también destaca nuestra rigidez de pensamiento. Durante nuestra infancia no tenemos en cuenta la reversibilidad, es decir, no somos capaces de deshacer mentalmente acciones que hemos presenciado. Entonces basamos nuestros juicios en lo que percibimos y no en la realidad, como en el ejemplo de los vasos. Como uno es más alto que el otro nos da la impresión de que tiene más agua. Pero esto con el tiempo va cambiando y comenzamos a considerar las acciones pasadas para catalogar las presentes.


Las limitaciones del pensamiento preoperacional se terminan en la etapa operacional, de los 7 a los 11 años, cuando ya empezamos a comprender mejor la realidad tal y como es. 

URL niña con balón

URL imagen niño y niña jugando

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