Pienso, luego me emociono

Pensar consiste en la capacidad que tienen las personas de formar ideas y representaciones mentales de la realidad. A la hora de generar un pensamiento, influyen principalmente cuatro aspectos: la genética, las experiencias pasadas, las proyecciones futuras y las condiciones presentes. Estos pueden aflorar en nuestra mente de manera voluntaria o involuntaria, pero la clave para determinar si nos queremos focalizar en ellos o no, es la atención. Es por ello que, aunque no podamos elegir qué pensar, si podemos elegir sobre qué pensar.

Ahora mismo estarás pensando, ¿qué quiere decir eso de que no puedo elegir qué pensar? Bien, te lo explicaremos con una prueba. A continuación, veras un vídeo que deberás observar con atención para descubrir qué es lo qué esta pasando:

Reflexionemos un momento acerca de lo que acabamos de ver. ¿Qué estaba sucediendo entre las figuritas del cortometraje? La realidad es que este estudio llevado a cabo por Heider y Simmel demostró que la historia que nuestro cerebro haya creado surge de manera totalmente espontánea, y que esta será diferente en cada uno de los cerebros de los espectadores.

Por otra parte, otro factor fundamental a tener en cuenta son las emociones. Seguro que te ha pasado que al venirte a la cabeza una imagen de tu grupo de amigos, al que llevas mucho tiempo sin ver, comienzas a sentirte apenado porque los echas de menos. Pues esto sucede porque no podemos entender los pensamientos como un concepto independiente de las emociones, puesto que, en realidad, ambos van siempre de la mano (hasta el punto de que el 80% de las decisiones que tomamos en la vida cotidiana se basan en aquello que sentimos).

En nuestro día a día, todos nuestros pensamientos se determinan en base a un conjunto de imágenes mentales que relacionan una persona, lugar, animal o cosa con una idea (por ejemplo, acordarnos de que el examen que habíamos hecho por la mañana nos había salido mal y pensar que deberíamos haber estudiado más nos hace sentir rabia). Esto nos facilita el trabajo para no tener que pensar más de la cuenta. Los seres humanos tendemos a clasificar todo lo que pasa por nuestra cabeza para que así nuestro cerebro haga el mínimo esfuerzo posible. El problema surge cuando una asociación negativa aparece de manera recurrente en nuestra mente en forma de pensamiento.

Cuando un pensamiento surge, a nivel neurológico este es considerado como una propuesta para enfrentar una situación de vida y, como comentábamos anteriormente, la herramienta de la que dispone el cerebro para determinar si quiere o no utilizar ese pensamiento es la atención. Por ello, debemos ser conscientes de que un pensamiento negativo al que no se le presta atención deja de ser válido, y a la larga, dejará de rondar por nuestra cabeza. Del mismo modo, en los últimos años se han llevado a cabo una serie de estudios que indican que los pensamientos controlados y espontáneos sobre el futuro, cuando focalizamos en ellos nuestra atención, tienen un papel fundamental en la optimización de la cognición y el comportamiento dirigido a la consecución de los objetivos.

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