Todos somos Einstein

Hemos conocido ya las diferentes habilidades con las que un ser humano nace, ¿pero ahora qué? Bien, pues existen tantas posibilidades como personas hay en el mundo. En un principio todos seguiremos una serie de patrones propios del desarrollo de un cerebro sano, pero a la vez cada uno de nosotros somos (o más bien éramos) un lienzo en blanco listo para ser pintado de todos los colores. Expliquemos esto más detalladamente.

Según el biólogo e investigador Jean Piaget, existen dos principios básicos que rigen el desarrollo intelectual de todo niño, la organización y la adaptación. Piaget dice que la organización es una predisposición innata que hace que según vamos madurando integremos los patrones físicos simples o esquemas mentales en sistemas más complejos. La adaptación, de acuerdo con el investigador, hace que todos los organismos sean capaces de ajustar sus estructuras mentales o conducta a las exigencias del ambiente.

Además, Piaget también utilizó los términos asimilación y acomodación para describir la adaptación del niño al entorno. Mediante la asimilación el pequeño moldeará la información para que encaje con sus esquemas en ese momento, por ejemplo, si nunca ha visto un burro lo llamará “caballito con orejas grandes”. Pero está claro que no podemos pasarnos toda la vida pensando que la leche viene del tetrabrik, y para eso utilizamos la acomodación. Esta sirve para que el niño cambie su forma de pensar si sus esquemas mentales no encajan con una nueva información.  

Pero la organización, la asimilación, etc. no son más que patrones, guías que seguimos, pero de maneras muy dispares. Aunque pueda parecer ciencia ficción, las personas nacemos con un cerebro universal repleto de capacidades extraordinarias para el lenguaje, la honestidad, el razonamiento, la confianza o la empatía, y solo necesitamos un estímulo que prenda la mecha para poder desarrollarlas. Ahí recae la enorme diferencia que nos hace únicos, en los estímulos. Cada uno de nosotros ha nacido en un momento y lugar concretos que, queramos o no, nos definen de por vida.

Al principio de nuestra existencia, el 90% de nuestros genes están “apagados”, pero un estímulo tiene la capacidad de encender el interruptor que hará que ese gen se exprese. Ojo, no podemos confundir esto con aprender o progresar, pues recordemos que nuestro cerebro es U-NI-VER-SAL. No adquirimos el conocimiento, sino que este ya está ahí de manera natural, accesible para todo el mundo. Esto significa que el ser humano no tiene límites y que nuestros genes no nos controlan, sino los estímulos que recibimos. Así, podemos definir un estímulo como un despertador de habilidades.


                                       

Con 120 horas de vida los humanos somos capaces de diferenciar cuando una persona cambia de idioma y a partir de los 9 meses somos capaces de tomar decisiones morales, aunque no las podamos justificar verbalmente. En los laboratorios, los bebés han presentado nociones básicas de matemáticas, aptitudes sociales, lenguaje o razonamiento lógico. ¿Pero como puede un bebé ser capaz de todo eso si todavía se chupa el dedo? Pues es todo gracias al cerebro universal. El conocimiento ya está ahí, los estímulos solo son la puerta de acceso.

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