¿Y yo qué había venido a hacer aquí?

Podríamos definir la memoria como el proceso por el que la información adquirida se convierte en conocimiento que guardamos con el fin de utilizarlo posteriormente en el momento en que nos sea necesario. Esta información almacenada recibe el nombre de recuerdos, y en el momento en el que son requeridos, estos se presentan en el campo neuronal con el mismo estímulo electroquímico que el cerebro recibió en el momento en el que se estaba grabando la información, para producir la misma respuesta.


Para facilitarnos la vida, nuestro cerebro utiliza distintos tipos de memoria que actúan de manera simultánea y se conectan entre ellos para lograr un mejor funcionamiento, así como respuestas más rápidas. Entre los distintos tipos (memoria del trabajo, asociativa, fotográfica…) existen dos que nos llaman la atención por su implicación fundamental en nuestro día a día: la memoria a corto plazo y a largo plazo.


La primera de ellas, la memoria a corto plazo, es aquella que se encarga de retener mentalmente una pequeña cantidad de información durante un corto periodo de tiempo (desde segundos hasta unos pocos minutos), y es la que provoca que nos quedemos parados en medio de la cocina preguntándonos qué era lo que habíamos ido a buscar. Cuando un pensamiento surge en nuestra mente, los estímulos nerviosos viajan rápidamente hasta el tálamo. Desde ahí, la información pasa a los lóbulos sensoriales, que, tras evaluarla, se encargan de enviarla a la corteza prefrontal, donde esta entrará en el campo mental consciente, haciendo que nos levantemos del sofá y vayamos a la cocina.

Por otra parte, se encuentra la memoria a largo plazo. Esta es la que permite almacenar los recuerdos por un periodo de tiempo amplio, haciendo que estos permanezcan en nuestra mente de por vida (salvo, claro está, en caso de enfermedad o accidente). En su caso, ella es la que se encarga de que podamos rememorar con pelos y señales nuestra primera cita o la cara de nuestros padres. En esta caso están implicados un gran número de estructuras cerebrales, como el hipocampo, la amígdala o el tálamo, entre otros.

Cuando hablamos de memoria a corto plazo, se supone que la información será usada en un presente cercano y esta se mantiene temporalmente en las neuronas en forma eléctrica. Este recuerdo puede olvidarse, pero si lo que queremos es que pase a la memoria a largo plazo necesitamos prestar atención. Por eso, cuando focalizamos nuestra atención en aprender algo, la información a recordar viaja desde los sistemas atencionales hasta los ganglios basales, para finalmente llegar al hipocampo, donde como ya hemos visto, es almacenada.

Pero el problema es que la memoria no es una caja fuerte, y en ella se pueden provocar fallos, dando lugar a que algunos recuerdos que no se necesitan se introduzcan en el que si necesitamos o que se originen vacíos de información que el cerebro rellena alterando la realidad. Causas como el poco descanso, el estrés o los daños psicológicos pueden alterara el funcionamiento de la memoria.


Si este es tu caso y sientes que tu memoria no funciona como un reloj, tranquilo/a, porque en este blog estamos para ayudarte 😉. Y es que, por si no lo sabías, cosas tan simples como crear reglas nemotécnicas para ayudar al cerebro a agilizar el proceso de búsqueda de los recuerdos, el consumo de café o chocolate e incluso apretar el puño derecho durante 90 segundos pueden contribuir en el proceso de formación de la memoria (leer más: https://doi.org/10.1371/journal.pone.0062474).



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