¿Elegir o descartar? Ésa es la cuestión
Tomar una decisión consiste en un proceso cognitivo que las personas atravesamos diariamente cuando se nos propone elegir entre distintas opciones. Habitualmente nos encontramos con situaciones donde debemos optar por algo, pero no siempre resulta sencillo. Por ejemplo, si estamos en una situación de peligro, ¿cuál sería nuestra respuesta? ¿correríamos para alejarnos o nos enfrentaríamos a él? Nuestra conducta, así como nuestra personalidad y nuestra vivencias, hacen que las decisiones que tomamos no sean las mismas que las de los otros seres humanos ante una situación idéntica.
A nivel neurológico, la toma de decisiones está estrechamente ligada con la amígdala, así como con otras estructuras como el núcleo accumbens y el córtex prefrontal. El primer órgano (ubicado cerca del hipocampo) es el encargado de reconocer la respuesta adecuada frente a los estímulos agresores que se nos presentan. Por ejemplo, si acercamos la mano a una pota con agua hirviendo, la amígdala, al reaccionar frente al calor, es la que hace que apartemos la mano para evitar que nos quememos.
Finalmente nos encontramos con el córtex o corteza prefrontal. Esta es la región del cerebro que se activa cuando evaluamos o mantenemos bajo control nuestros instintos. Está directamente relacionada con el desarrollo de la personalidad y el control atencional. Su función es hacer de árbitro, modulando la respuesta emocional de la amígdala y ponderando la ganancia de cada situación en base a los recuerdos para ayudar al núcleo.
La toma de decisiones es un proceso complejo y lento. Hasta aproximadamente los 30 años, los seres humanos no somos lo suficientemente maduros para tomar decisiones, puesto que es en ese momento cuando se amplía el proceso de gratificación. Además, con el completo desarrollo de la corteza prefrontal adquirimos también un mayor volumen de recuerdos con el que poder sopesar las consecuencias y la respuesta a los estímulos.
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