La voz de la experiencia

Una de las definiciones de experiencia se trata del hecho de haber sentido, conocido o presenciado algo, lo que nos permite acumular el conocimiento de la vida adquirido por las circunstancias o situaciones vividas.

Durante los primeros años de nuestra vida, el cerebro se encuentra especialmente activo y los seres humanos necesitamos explorar el mundo que nos rodea con la finalidad fundamental de crear experiencias que nos permitan generar y acumular el conocimiento necesario para desarrollar nuestro papel como individuos. La capacidad de computar información y la plasticidad cerebral durante la infancia y la adolescencia hace que nuestro cerebro sea especialmente maleable. Es en este momento cuando se fijan los patrones de conducta, el lenguaje, el aprendizaje y los hábitos que van a regir nuestra vida adulta.

Muchas veces se habla de la genética como un factor condicionante de nuestras aptitudes, que rige la mayor parte de nuestros hábitos y conductas. Pero esto no es del todo cierto. Los genes determinan nuestra predisposición en ciertos aspectos, pero es el ambiente (las experiencias visuales, auditivas, las interacciones sociales, el afecto…) lo que condiciona el tipo de experiencias que vivimos y que posteriormente pasan a integrarse en nuestro campo neuronal.

De hecho, un estudio llevado a cabo por el Instituto de Investigación sobre la Felicidad (aunque suene un poco raro, la existencia de este lugar es del todo cierta) demostró que el 73% de los recuerdos vividos son experiencias primarias o sucesos únicos. Como las experiencias nuevas están sujetas a un proceso cognitivo de mayor elaboración, aquellas que se viven en la adolescencia y la juventud están mejor codificadas (por ejemplo, el primer beso).

Por otra parte, bien es cierto que el mundo no está plagado únicamente de experiencias beneficiosas y extraordinarias que nos enseñan lo maravilloso que es aprender. A diario, nos tenemos que enfrentar a diversas experiencias negativas que generarán en nuestro cerebro una serie de reacciones desagradables, las cuales trataremos de evitar en el futuro. Pero, sin embargo, los neurobiólogos de la Universidad KU Leuven, en Bélgica, han conseguido demostrar que nuestro proceso de aprendizaje está enormemente basado en los recuerdos desagradables. Esto sucede, sin ir más lejos, cuando al comernos un alimento que nos ha sentado mal, la próxima vez trataremos de evitarlo. Gracias a la molécula de señalización Neuromedin U podemos recordar las experiencias que nos han resultado desagradables con la finalidad de evitarlas en ocasiones futuras, aprendiendo de los errores que ya hemos cometido.




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